domingo, 14 de noviembre de 2010

Amor en lata de leche



Dos hermanitos en puros harapos, uno de cinco años y el otro de diez, iban pidiendo un poco de comida por las casas de la calle que rodea la colina.Estaban hambrientos: “vayan a trabajar y no molesten”, se oía detrás de la puerta; “aquí no hay nada, pordioseros…”, decía otro… Las múltiples tentativas frustradas entristecían a los niños… Por fin, una señora muy atenta les dijo: “Voy a ver si tengo algo para ustedes…¡Pobrecitos!" Y volvió con una lata llena de leche. ¡Que fiesta! Ambos se sentaron en la acera. El más pequeño le dijo al de diez años: “tú eres el mayor, toma primero… y lo miraba con sus dientes blancos, con la boca medio abierta, relamiéndose”. Yo contemplaba la escena entre sorprendido y consternado… ¡Si vieran al mayor mirando de reojo al pequeñito…! Se llevaba la lata a la boca y, haciendo de cuenta que bebía, apretaba los labios fuertemente para que no le entrara ni una gota de leche. Después, extendiéndole la lata, decía al hermano: "Ahora es tu turno. Sólo un poquito". Y el hermanito, dando un trago exclamaba: “¡Está sabrosa!” “Ahora yo”, decía el mayor. Y llevándose a la boca la lata, ya medio vacía, no bebía nada. “Ahora tú”, “Ahora yo”, “Ahora tú”, “Ahora yo”… Y, después de tres, cuatro, cinco o seis tragos, el menorcito, de cabello ondulado, barrigoncito, con la camisa afuera, se tomó toda la leche… él solito. Esos “ahora tú”, “ahora yo” me llenaron los ojos de lágrimas… Y entonces, sucedió algo que me pareció aún mas extraordinario. El mayor comenzó a cantar, a danzar, a jugar fútbol con la lata vacía de leche. Estaba radiante, con el estómago vacío, pero con el corazón rebosante de alegría. Brincaba con la naturalidad de quien no hace nada extraordinario, o aún mejor, con la naturalidad de quien está habituado a hacer cosas extraordinarias sin darles la mayor importancia.
De aquel muchacho podemos aprender una gran lección: “Quien da es más feliz que quien recibe.” Es así como debemos amar. Sacrificándonos con tanta naturalidad, con tal elegancia, con tal discreción, que los demás ni siquiera puedan agradecernos el servicio que les prestamos.
“¿Como podrías hoy encontrar un poco de esta “felicidad”, sino haciendo que la vida de alguien sea mejor?” ¡Pues adelante, levántate y haz lo que sea necesario!
Cerca de nosotros puede haber un amigo que necesita de nuestro hombro, de nuestro consuelo y, quizá aún más, de un poco de nuestra paz…
Dios te llene de sus bendiciones siempre.

3 comentarios:

  1. Es una historia muy tierna, pero que si la aplicáramos a nuestra vida diaria cambiarían muchas cosas y los hombres seríamos más hermanos y menos egoístas. No olvidemos: ES MÁS FELIZ QUIEN DA QUE QUIEN RECIBE.

    ResponderEliminar
  2. Que historia tan bonita .Gracias por compartirla con nosotros,siempre te hacen pensar .Esta en concreto es la generosidad en estado puro.ANA

    ResponderEliminar
  3. Estas parábolas me hacen pensar a mí también y creo que la vida está hecha de pequeños gestos de amor que tanto nos gusta que nos hagan y que tantas veces olvidamos hacer. ¡Qué bonito sería si en la familia tuviéramos en cuenta esto! Gracias también por la generosidad de compartir estas cosas bonitas con nosotros.

    ResponderEliminar